domingo, 18 de noviembre de 2012

La huelga del miedo


El miedo, la resignación y el discurso único de que esto no sirve para nada camparon por sus anchas el 14 de noviembre. La octava huelga general de la democracia con más razones que nunca, posiblemente, pero con más frustración, desesperanza y soledad. Las manifestaciones a rebosar no solo de obreros sino repleta de una clase media de todos los sectores aquejados y sufrientes de unos recortes salvajes. En realidad fue una huelga social.
Entrar en cifras de seguimiento de la huelga no nos lleva a ningún sitio, aunque los señores que gobiernan, por decir algo, quieren convertir estas protestas ciudadanas en un problema de orden público, y lo mejor que este no se altere, se dan por satisfechos.
Cuántos fueron a trabajar para poder pagar los recibos de la luz y el agua a fin de mes, cuántos más por miedo a perder su precario empleo, recordemos que 9 de cada 10 asalariados se pueden ir a la calle por menos de nada. Los funcionarios están en peligro de extinción, nunca lo hubiéramos ni pensado. Y así, suma y sigue.

Si ganásemos cada día lo mismo que nos descuentan por no ir a trabajar ese día de protesta, no habría sueldos tan miserables, los mil euros son ya una utopía. No estamos solos, 23 países europeos reclaman sus derechos. Esta casta política todavía no ha caído en la cuenta de que son asalariados, y muy bien pagados, nuestros. Todo este ‘sin dios’ tiene que tener un punto y final. Y hablando de Dios, uno que es creyente y cristiano, y estuvo en la manifestación, se pregunta: ¿Dónde están escondidos los obispos y su flamante Conferencia Episcopal, quizás rezando por los desahuciados,  que ellos mismos echaron de la Almudena, o por nuestros hijos sin futuro, o pidiendo a su dios que no les quiten sus privilegios? Ya sé que no he escrito Dios con mayúsculas, porque con mayúsculas, para mi, es el Dios de los más desfavorecidos, de los pobres, es el mismo que exigía justicia y dignidad, que nos la quieren arrebatar, a los escribas y fariseos.
Cierto es que los sindicatos han perdido credibilidad, los llamados de clase, pero si nos quitan también a nuestros representantes, qué nos queda. Volver a los inicios de la industrialización, donde trabajar 14 horas o más era lo normal, donde los niños trabajaban sin descanso, y todos apiñados en barracones alrededor de las grandes fábricas. Les aseguro que un servidor  en la manifestación solo vio gente, personas que sufren dolor, desamparo y miedo, que tan solo quieren su pan, su extra y la fiesta en paz. Después de 30 años sigue vigente la canción de Jarcha,  aquel grupo emblemático de los inicios de esta democracia.
Y termino, no les quiero cansar, que bastante agobiados estamos ya, les dejo con unos versos del gran poeta don Antonio Machado, casi 100 años han pasado, que rezan así:

“Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda,
la malherida España, de Carnaval vestida.
nos la pusieron, pobre y escuálida y beoda,
para que no acertara la mano con la herida.”

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