Cuando leí esta frase
pronunciada por el papa Francisco, me sorprendió gratamente y me hizo
reflexionar. La Iglesia
es una historia de amor a Dios y a los hombres, no es un aparato burocrático
donde la tentación es hacer crecer a la Iglesia sin recorrer el camino del amor. La
oratoria de este hombre es concisa, sencilla y coloquial, basada en palabras o
imágenes de una gran inmediatez comunicativa.
La popularidad del papa se
debe, en buena medida, a su estilo de predicación y a los conceptos que repite
sin cesar como la misericordia, el perdón, los pobres, ‘las periferias’ que se
ven reflejados en sus gestos y en su persona. Esperemos que todo esto no se
quede en agua de borrajas.
Una de las viejas obsesiones
de Francisco, que viene de cuando era arzobispo de Buenos Aires, es la
corrupción de los que tienen el poder. Sea cual fuese ese poder, incluido el
poder de las jerarquías religiosas. ‘Perdón a los pecadores, pero no a los
corruptos’, Bergoglio ha distinguido siempre entre el pecado y el delito. Una
cosa es el pecado moral y otra cosa es el delito ante las leyes de Dios y de
los hombres. La corrupción es un delito, pero es también un crimen que afecta a
la vida de los más desposeídos. El papa es, como buen jesuita, frugal e indócil
ante el poder. Esa irreverencia les valió a los jesuitas en su larga historia
varios y legendarios enfrentamientos con reyes, emperadores y hasta con papas.
Este papa inspira confianza y
la buena novedad es que el mejor Francisco todavía no se conoce. El papa no
permitiría que su popularidad fuera utilizada para tapar los problemas de la Iglesia , que empujaron la
renuncia de Benedicto XVI. Francisco sabe que existe corrupción en la curia
vaticana, que el Banco Vaticano no debe seguir existiendo entre una
impenetrable nube de suspicacias mundiales y que los pecados morales que
también constituyen delitos deben terminar para siempre dentro de la Iglesia. Les guste o no a los
más conservadores, el fenómeno popular de Francisco solo ha comenzado.
Que tome nota el cardenal Antonio María Rouco Varela que en
vez de meter miedo en el cuerpo de los españoles, sobre todo de las mujeres y
de su libertad, de los homosexuales y sus derechos, se preocupe un poco de los
desahuciados, parados y de los niños con desnutrición. Quizá Francisco le tenga
que recordar la libertad de los hijos de Dios como decía Pedro, su antecesor,
en los Hechos de los Apóstoles. Y que salga más a la periferia. Quizá huela un
poco más a oveja que a púrpura y a púlpito, donde es más fácil predicar que dar
trigo.
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