En el capítulo IX de la segunda parte de El Quijote, aparece esta frase dicha por Alonso Quijano a su buen escudero Sancho, cuando por la noche cerrada o por la niebla, que ya no recuerdo, tropiezan con la pared de una iglesia a la entrada de un pueblo. Pasando el tiempo, la hemos transformado en metáfora para nominar con brevedad de sentencia al poder omnipotente y omnímodo de la jerarquía eclesiástica. No de la Iglesia, pueblo de Dios y militante o de base sino de la otra, la Oficial.
En un documento, que no carta pastoral, titulado ‘Ante las elecciones al Parlamento andaluz’, los señores obispos del sur se dirigen a todos aquellos que quieran escucharles. Como casi siempre, nos quieren enseñar o imponer, que es más su estilo, lo que es bueno o malo, blanco o negro, pero todo sin matices. No vaya a ser que caigamos en la tentación del relativismo. Los prelados hacen hincapié en el derecho a la vida humana desde su concepción a la muerte natural, y se oponen al aborto, eutanasia y al abandono de ancianos… De entrada, todo muy loable, pero seguimos sin matizar, sin discernir, y todo así mezclado suena más a diatriba que a consejos paternales de nuestros pastores. Parece que para ellos no existen los grises de la vida, o tal vez porque no tengan que pasar por estos trances tan amargos y humanos, vamos que no tendrán que abortar nunca, por ejemplo. Seguimos con los consejos morales y dicen solapadamente, como suelen hacerlo siempre, que se oponen a los matrimonios formados por personas del mismo sexo, pues la unión estable de un varón y una mujer garantizan el ámbito natural para la educación y crianza de los hijos. Ya saben, los monoparentales, por ejemplo, no educamos naturalmente a nuestros hijos. Parece ser que la familia tradicional, la de siempre, tiene más garantías de éxito y excelencia aunque no haya en algunas mucho amor, pero sí tradición.
Bajando a lo social, donde han sido casi siempre un poco más abiertos y solidarios, nos recomiendan, sobre todo a los andaluces, el rechazo a la cultura de la subvención y la dádiva y la puesta en valor del trabajo y el esfuerzo. Parece ser que confían muy poco en su grey. No creo que el pueblo andaluz sea tan indolente y vago, en absoluto. Haberlos los habrá como en todos los lugares de nuestra España. Podrían los Excelentísimos y Reverendísimos señores obispos del sur ser un poco más considerados con su rebaño y no tratarles como tal ‘rebaño’. Piensen que mientras ustedes estaban calentitos, a mesa puesta y estudiando en el seminario, muchos de su edad y más jóvenes estaban trabajando la tierra con frío, a peonadas y ganando una miseria. Quizás sea cierto que sobran muchos señoritos en esa tierra maravillosa y culta de Andalucía.
Y termino con un par de refranes castellanos muy sabios: ‘No es lo mismo predicar que dar trigo’ o este otro, ‘Consejos doy que para mí no tengo”.
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