El miedo, la resignación y el
discurso único de que esto no sirve para nada camparon por sus anchas el 14 de
noviembre. La octava huelga general de la democracia con más razones que nunca,
posiblemente, pero con más frustración, desesperanza y soledad. Las
manifestaciones a rebosar no solo de obreros sino repleta de una clase media de
todos los sectores aquejados y sufrientes de unos recortes salvajes. En
realidad fue una huelga social.
Entrar en cifras de
seguimiento de la huelga no nos lleva a ningún sitio, aunque los señores que
gobiernan, por decir algo, quieren convertir estas protestas ciudadanas en un
problema de orden público, y lo mejor que este no se altere, se dan por
satisfechos.
Cuántos fueron a trabajar
para poder pagar los recibos de la luz y el agua a fin de mes, cuántos más por
miedo a perder su precario empleo, recordemos que 9 de cada 10 asalariados se
pueden ir a la calle por menos de nada. Los funcionarios están en peligro de
extinción, nunca lo hubiéramos ni pensado. Y así, suma y sigue.
Si ganásemos cada día lo
mismo que nos descuentan por no ir a trabajar ese día de protesta, no habría
sueldos tan miserables, los mil euros son ya una utopía. No estamos solos, 23
países europeos reclaman sus derechos. Esta casta política todavía no ha caído
en la cuenta de que son asalariados, y muy bien pagados, nuestros. Todo este
‘sin dios’ tiene que tener un punto y final. Y hablando de Dios, uno que es
creyente y cristiano, y estuvo en la manifestación, se pregunta: ¿Dónde están
escondidos los obispos y su flamante Conferencia Episcopal, quizás rezando por
los desahuciados, que ellos mismos
echaron de la Almudena ,
o por nuestros hijos sin futuro, o pidiendo a su dios que no les quiten sus
privilegios? Ya sé que no he escrito Dios con mayúsculas, porque con
mayúsculas, para mi, es el Dios de los más desfavorecidos, de los pobres, es el
mismo que exigía justicia y dignidad, que nos la quieren arrebatar, a los
escribas y fariseos.
Cierto es que los sindicatos
han perdido credibilidad, los llamados de clase, pero si nos quitan también a
nuestros representantes, qué nos queda. Volver a los inicios de la
industrialización, donde trabajar 14 horas o más era lo normal, donde los niños
trabajaban sin descanso, y todos apiñados en barracones alrededor de las
grandes fábricas. Les aseguro que un servidor en la manifestación solo vio gente, personas
que sufren dolor, desamparo y miedo, que tan solo quieren su pan, su extra y la
fiesta en paz. Después de 30 años sigue vigente la canción de Jarcha, aquel grupo emblemático de los inicios de esta
democracia.
Y termino, no les quiero
cansar, que bastante agobiados estamos ya, les dejo con unos versos del gran
poeta don Antonio Machado, casi 100 años han pasado, que rezan así:
“Fue un tiempo de mentira, de
infamia. A España toda,
la malherida España, de
Carnaval vestida.
nos la pusieron, pobre y
escuálida y beoda,
para que no acertara la mano
con la herida.”