Ya no tengo tan claro si estamos indignados por estas circunstancias o estamos perdiendo la dignidad, pero tengo la sensación y casi el convencimiento de que en el nombre de la democracia y de una mayoría absoluta, nos exigen sumisión, docilidad y resignación. Y si protestan cientos de chavales con libros en las manos o en las mochilas porque se preocupan de su, cada vez más recortada y menguada, educación, la policía responde a estos enemigos de la sociedad con cargas brutales, desproporcionadas. Quizás no hayan leído estos guardianes de la ley y el orden suficientes libros.
Hace algún mes, este ingenuo escribidor, decía que la sanidad y la educación eran dos pilares intocables, sagrados de una sociedad moderna, civilizada y democrática, pero me equivoqué como se equivocó la paloma del poema. Los recortes han llegado, y nos quieren convencer de sus bondades para estar algún día a la altura de Alemania y Francia. Qué pintamos nosotros con dos países que se han quedado con toda la industria, con nuestros ingenieros y médicos, con la riqueza de esta Europa de nuevo raptada y violada por el Sistema Financiero, que ahora resulta que somos todos. Banqueros, financieros y políticos están encima de un carro del que tiramos cada vez más cansados y empobrecidos, funcionarios, pensionistas, parados y trabajadores por cuenta ajena.
Vuelve aquella espantosa palabra llamada resignación. Nos decimos a nosotros mismos que nos lo merecemos por haber vivido por encima de nuestras posibilidades. De tanto oírselo a los políticos, nos lo estamos creyendo. Y no es cierto en absoluto. Atónitos, miedosos y en silencio, asistimos a la pérdida de derechos, al recorte de las libertades individuales y de calidad de vida. José Luis Sampedro que siempre ha abogado por una economía más humana y capaz de contribuir a desarrollar la dignidad de las personas y los pueblos, dice que no hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, sino con las que nos han dado, entre otros los banqueros.
Que no nos engañen, que no nos hagan sentirnos culpables, que eso es muy sencillo. Me refiero a lo de ‘la culpa’ en un país tradicionalmente católico donde el pecado campa por sus respetos.
Y mientras tanto nadie habla de Grecia, me refiero a la Grecia real, la de los ciudadanos empobrecidos y mal viviendo. Lo peor es que en esta Europa de las tres velocidades, nadie habla de Islandia, no tenemos noticias de esa isla ‘rebelde’ y desobediente con ese dios financiero. ¿Por qué será?